SOBRE EL SENTIDO

Todo aquello que hemos conocido a lo largo del desarrollo de las culturas y sociedades mediante términos, conceptos y clasificaciones, escapa de la totalidad del no-sentido virginal de las cosas. Todos los nombres acuñados y atribuidos por el hombre, los acogemos e incorporamos en nuestro lenguaje y comprensión de la realidad, añadiendo ladrillos al muro que nos separa de la comprensión de la complejidad de nuestro mundo. Cada palabra, cada concepto, cada producto humano concebido desde la subjetividad de un individuo con una pretensión clasificadora, cada uno de estos elementos son, como dice la canción, otro ladrillo en el muro. Cada ladrillo nos cohíbe de una concepción pura y esencial del mundo, separada de las palabras.

No se puede sintetizar la complejidad de cada uno de los elementos constituyentes de la realidad ni de sus partes incidentes en ideas y conceptos. Objetivar la realidad solo nos aleja de esta. Cuanto más sabemos sobre la “realidad”, menos sabemos sobre la realidad. Al igual que el camino se hace al andar, la verdad se construye al paso del hombre.

Des de esta visión, entendemos que ni siquiera el mundo es el mundo, que el tiempo no es tiempo, ni puede ser fragmentado en lo que denominamos meses, semanas, días, horas, minutos, segundos, milisegundos…

La razón es una dictadura que nos arranca de nuestro yo. La reducción de las realidades individuales a una imposición abstracta i generalizada que ejerce el terror en nosotros. Una convención común que nos aleja de toda experiencia primaria.

La realidad entendida como una matrioshka de ficciones. Dentro de la ficción más grande yace otra más pequeña, y así acabamos rigiéndonos por entidades e ideas ficticias de distintas magnitudes que empiezan por las naciones, los derechos universales o el dinero, hasta llegar a las familias.

Lo cierto es que hacer una lectura de este carácter tan esencialista y antirracional, también supone un acto de objetivación surgido de una razón un tanto barroca. Tampoco podemos reducir la complejidad del desarrollo de las culturas y sociedades en una visión esencialista donde nada tiene sentido más allá de la mente humana.

Mirémoslo así: si la raza humana volviera a nacer en un mundo virgen y desnudo, se repetiría exactamente el mismo proceso. Cada necesidad conduciría a otra y el desarrollo llegaría a las mismas conclusiones. volveríamos a tener la necesidad de comunicarnos, volveríamos a tener la necesidad de un lenguaje común que permita el entendimiento interpersonal. Volverían a surgir conceptos, términos y clasificaciones.

Por consiguiente, no podemos decir que el punto en que nos encontramos, donde todo tiene nombre propio, no sea producto de un proceso natural.

Este es el ineluctable destino de la humanidad.

La clave reside en la conciencia, la conciencia nos permitirá distinguir entre dos mundos: el mundo original y el mundo construido.

Ser conscientes de las repercusiones que ha tenido la incidencia del hombre y vivir en consecuencia sin rehuir de nuestro origen desordenado y despojado de toda razón.

Vivir en esta consciencia nos permitirá comprender la importancia real de los acontecimientos mundanos. Saber a qué cara de nuestra esencia apelar para conseguir un orden interior. Solo la consciencia nos aportará una cierta flexibilidad cognitiva. Con esta herramienta de comprensión, transitar por la existencia se hace más llevadero.

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