SOCIEDAD SECTA
Nuestra percepción social se ha acomodado en la familiaridad, lo ya visto, lo ya escuchado. Se habla mucho de democracia y pluralidad, pero es que no existe pluralidad alguna. Y no porque nadie limite nuestra libertad, sino porque nos creemos más libres que nunca. De esta quimérica narrativa liberal latente en la sociedad dimana una mirada vaga y poco profundista hacia la realidad, porque en la asunción no hay planteamiento.
Cuando hablo de «mirada profundista» no me refiero al cuestionamiento. No se trata de poner en duda ni de acudir al ¿Por qué? Para embriagarnos de la soberbia que lleva a distanciarnos de la sociedad para situarla como un objeto de estudio, arrogándonos un valor que nos hace creer que no salimos del mismo molde. Se trata de abrir otras líneas de pensamiento.
Nadie se pone de puntillas al muro para ver qué hay detrás de tantas ideas explotadas, lemas superficiales, mantras redundantes y reflexiones inerciales. Algunos podemos pensar una cosa y otros otra, pero esos pensamientos nacen de la elección, no de la reflexión. Como escoger al partido político que vas a votar. ¿Es la libertad tener que escoger entre una cosa u otra? La libertad social debería consistir en crear tus propias posibilidades, dejar de escoger, crear. Ser libre no es poder escoger entre ser de derechas o ser de izquierdas.
Nos creemos libres porque tenemos opciones. Pero las opciones son imposiciones. Es como en un buffet. Puedes escoger lo que quieras, pero solo de entre lo que ofrece el banquete. Parece que podamos delimitar el universo interior de una persona mediante sus elecciones. Como si el «yo» se escogiera de entre el buffet social. Se nos obliga a pertenecer a algún lugar. No nos entendemos si no nos adherimos a los principios de un colectivo.
Nos gusta convencernos de que todos atesoramos un universo único e intransferible, pero todas las variaciones entre personas responden a los mismos detonantes. A menudo el ego. En otras palabras: un cani y un perroflauta son lo mismo. Personas que no han sabido encontrarse y recurren al rebaño para tener las pautas claras de que hacer para no estar solos. Personas que funcionan por y para el ego. Personas seducidas por la estética, el discurso y la interpretación de los adeptos. Personas más pendientes de como fuman que de fumar. De como visten que de vestir. Más pendientes de como hablar que de que decir. Personas que quieren olvidarse de sí mismas porque no se soportan y necesitan pirotecnia para huir de un alma rota. Personas que creen transcender de la norma por no cumplir con unos cánones de normalidad que nadie recuerda ya. Personas que se aprenden un guion y lo encarnan toda su vida. Personas que se autoconvencen de que son algo y solo se rodean de su reflejo. Imitadores, copias, clones… sectas.
Hay quien diría que dos personas son distintas porque una viste ropa holgada y escucha Reggae y la otra lleva pantalones de pitillo y escucha Trap. Los gustos no dicen nada sobre la estructura. Los gustos son meros resultados situacionales. Podemos tener distintos gustos pero ser exactamente iguales. Lo importante no es en que se traduce nuestra elección, sino ¿Qué nos hace tener que elegir?
Cuando nos dejan al mando de nuestras decisiones, buscamos otros que las legitimen. Necesitamos no ser libres, o, más bien, no sabemos serlo. Aunque, hablar de libertad, es hablar de una expectativa, una idea no encarnable que conduce ineluctablemente a la frustración. La libertad no existe. La libertad solo tiene cabida en el vacío. Todo instrumento de «libertad» a su vez la limita, incluso el cuerpo, incluso la existencia. No podemos hablar de libertad teniendo un cuerpo que nos limita y tampoco podemos hablar de libertad si existimos, ya que la existencia te sujeta a las leyes del universo. No existir te libra. No tener forma, no ser, no tener límites. La «libertad» radica en la inexistencia.
Desde luego, no podemos considerarnos libres por tener la capacidad de ejercer unos derechos también impuestos y nacidos en seno de constituciones y corpus legales. Defendemos derechos que no podemos ejercer, que escapan de nuestra naturaleza, porque nunca somos lo que defendemos, sino que defendemos lo que nos gustaría ser. Puro ego.
Miramos con recelo a las sectas porque funcionan a través del culto, la creación de un universo simbólico autorreferencial extrapolable al mundo material, los vínculos exclusivos y la coacción simbología, pero no solo las antorchas y las túnicas hacen al ritual ¿No nos damos dos besos para saludarnos? ¿No vestimos elegantes para asistir a la consagración del amor entre dos personas? ¿Acaso no nos llevamos la mano al corazón cuando suena nuestro himno? ¿No nos comportamos según lo que hacen los otros miembros de nuestro colectivo? ¿No vemos todos mal que alguien se desnude en el metro? Y, enfocando a la juventud, ya que es más evidente ¿Acaso no nos reunimos en un local de ocio para desinhibirnos con la misma música y las mismas bebidas? ¿Cuántos tenemos el mismo corte de pelo? ¿Cuántos llevamos unas zapatillas Nike Air Force de color blanco? ¿Cuántos decimos «bro» al dirigirnos a alguien? ¿No tenemos la mayoría los mismos estándares de belleza?
Aquí obtendría la típica respuesta de: «ya, pero no todos son así.»
Prefiero hablar del 98% en vez de aplaudir a una triste minoría del 2% que no adopta estas conductas y que no tiene el menor efecto en el mundo más que el de parecer interesantes.
En la juventud existe la sensación de ser único. Una sensación nacida de la ignorancia voluntaria de que lo que nos gusta, nos gusta porque a alguien más le gusta. Es simplemente imposible que estemos ciegos ante esta realidad, que todos somos iguales, sin fronteras sexuales ni etarias. Dejemos a un lado ya las superficialidades, nos mueven las mismas cosas, aunque los resultados puedan ser distintos. Estoy seguro de que muchos responderían a este texto diciendo que cada uno tiene su punto de vista y que a cada uno le han pasado cosas distintas. Es cierto, quizá a alguien ha padecido bullying en su infancia y otra persona se ha criado sin un padre o una madre ¿pero qué generan ambas cosas? La reducción conceptual es importante si se quieren abrir líneas de pensamiento o no-pensamiento. El dolor tiene efectos comunes, independientemente de su origen. Es más, muchas veces, usamos estas causas para integrarlas en nuestra biografía y que pasen a formar parte de nuestra identidad, Nuestra historia. Esto se evidencia en la excesiva y pretenciosa divulgación de los problemas de salud mental en redes sociales. Muchas personas empiezan a sacar problemas de debajo de las piedras para poder llevar a cabo un desarrollo de personaje con una narrativa que le permita perfilar su interpretación. Ahora todos tenemos ansiedad, todos nos sentimos solos, todos hemos tenido relaciones «tóxicas» (término que se usa para todo ya). Si no se hablara tanto de salud mental, menos gente tendría problemas de salud mental, pero ahora todos estamos pendientes de ello y expectantes de recibir algún signo que nos permita decir que tenemos uno. Nos encantan nuestros problemas porque nos permiten hablar de nosotros mismos. Nos encanta tener cosas a contar y decir lo mal que estamos. Es más, aunque sea a nivel supraconsciente, los provocamos. Provocamos los problemas para que, en la siguiente sesión de terapia, podamos cubrir la hora entera hablando de nosotros mismos. «Yo, yo, yo…»
El agente legitimador de las tendencias de la juventud son los medios de comunicación. A la juventud se le extrae negocio. El cambio está en que ahora el mundo se adapta a ellos y no ellos al mundo. Series, películas, publicidad, redes sociales… todo. Todas las producciones de los medios promueven la visibilización de «problemáticas» de los jóvenes y los discursos progre baratos que defienden muchos jóvenes sumidos en la espiral ideológica de la inercia. El problema de esto es que ya no se plantea como algo pasajero, sino que además se promueve y se instaura como dogma. Vemos intentos baratos de llegar al público joven por parte empresas de todo tipo, que usan la jerga juvenil para añadir frescor a la percepción de marca. Esta es la manera de nutrir un imaginario y oficializar una secta.
Retomando el hilo del delirio de único ejemplar, creo que debemos abandonar los discursos de libre albedrío, como si fuéramos cosechadores de nuestras ideas, cuando, en realidad, todos nos cobijamos a la sombra de una bandera.
Algunas ciudades, por ejemplo, justifican esta clara segregación por camadas usando el término «multiculturalidad». La multiculturalidad es un término engañoso, pues intenta definir una sociedad poliédrica donde habita la heterogeneidad ideológica y cultural. La multiculturalidad es fragmentación, y esta no implica heterogeneidad, sino trivalización. La extensión del colectivo es la instancia de legitimación. Por eso no nos damos cuenta de que la sociedad es una secta cuya fragmentación se reviste de sociedad plural y polifónica que ofrece un falso retrato atomista de la sociedad.
Es pertinente hablar del poder de la estética a nivel global y como sistema centrífugo. La estética (entendida no solo en términos de moda, sino también en gestualidad, oralidad, etc.) contiene discurso tácito. Los discursos implícitos lo son porque si fueran explícitos escucharíamos soberanas sandeces. Pensémoslo. Hay ciertas conductas puramente estéticas que caracterizan a los canis que esencialmente consisten en marcar territorio. También es una vía segura, una decisión que garantiza tu integración en un colectivo en el que puedes desarrollar tu interpretación. Si hubiera un líder que tuviera que verbalizar los principios de este colectivo el discurso contendría frases como: «Quedan prohibidos los auriculares en espacios públicos, es obligado el uso de altavoz y la contaminación acústica para dejar claro que estamos ahí.»
La estética es el primer incentivo de un sinbandera. La estética es el primer imán, la fachada persuasoria. Estamos enamorados de arquetipos. Estamos muy enamorados del villano. Enamorados del «cómo» Y no el «qué».
A mi modo de ver, deberíamos caducar la mentalidad del «yo lo valgo». No valemos nada. El valor de las cosas no existe y, si existiera de la misma forma en que nos hacemos creer que existe, tampoco valdríamos nada. Todo se basa en una fachada compensatoria erigida sobre el autoengaño y la no-justificación del valor que uno dice albergar. A veces nos comportamos como divas ante las amenazas. Como si por dejar caer los parpados y mirar por encima de los hombros nos empoderara y empequeñeciera el resto cosas, Confundiendo nuevamente el empoderamiento con ser un soberbio impertinente. Se nos da muy bien hacer ver que nos da igual lo que piensen, pero si así fuera, no nos esforzaríamos tanto en dejar claro a qué secta pertenecemos ni en reafirmar lo duros que somos. Todas nuestras decisiones pretenden comunicar.
La causa aquí es que los colectivos conceden valor indiscriminado sobre las personas para alimentar un imaginario que nos vuelve rígidos, histéricos, arrogantes, repelentes y crueles. Sí, crueles. Crueles con aquellos que no se encuentran a si mismos en el rebaño. Aquellos a los que tratamos con edulcorada condescendencia, tratándolo de chavalín, como si nuestra función fuera hacerlo sentirse bien por ser un sintecho. Este imaginario nos divide.
Seguro que con la descripción de alguien que no se encuentra dentro de ningún colectivo habréis visualizado la imagen de un nerd o un autista. Bien, así de crueles.
Pluralidad no es hacer convivir a diferentes sectas. Pluralidad es que cada uno cree y comparta desinteresadamente su universo interior incitando, no a la emulación , sino a la contemplación.
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